Baigorria busca convertir su cementerio en un «Museo a cielo abierto»
Granadero Baigorria 31 julio, 2021Las visitas guiadas al Redentor ahora suman una puesta teatral, con actores locales, que recrean los inicios de la ciudad, de la necrópolis y de la historia prostibularia.
El silencio sepulcral del cementerio se ve alterado por gritos esporádicos. Entre panteones y nichos, alguien corre. Aparece y desaparece. Nadie entiende bien qué pasa. Es un hombre. Y aunque se lo ve sólo por momentos, se lo escucha. “Raquel”, grita…”¡Raquel!”. Por los mismos pasillos, entre cruces y placas, aparece corriendo una joven. Viste medias caladas, una pollera roja desvencijada y un corset de época. Pide ayuda desesperada. “Me tienen secuestrada”, dice entre llantos. Alguien se acerca en su auxilio:
– ¿Cómo te llamás?
– Raquel.
El hombre que la buscaba llega al lugar, se presenta como el esposo de la fugitiva. “Lamin geyn” (vamos) le dice, y se la lleva. Algo anda mal en ese lugar. Y a los testigos de la escena, no les gusta nada.
Los cementerios son, como los museos y los teatros, de los pocos lugares donde el pasado y el presente pueden dialogar. Y esto es lo que consigue Granadero Baigorria en El Redentor, una de las necrópolis más grandes de la región, a la que buscan convertir, justamente, en un “museo a cielo abierto”. Y como en los teatros, lo hace con una puesta en escena que recrea la historia de la ciudad, sus personajes, su pasado prostibulario y una comparación no caprichosa entre el crecimiento de la ciudad y de su propio camposanto.
Los protagonistas de la escena primera son Raquel Liberman, víctima de trata de personas que en 1929 denunció a la organización delictiva Zwi Migdal, y su esposo y explotador, José Salomón Korn: ambos extrapolados de Buenos Aires, donde también funcionaba la organización, traídos al presente y protagonizados por los actores Lucía Peirone y Federico Albelo Bazán. Quien va en ayuda de la joven no es actriz ni ficticia. Es Mariana Rossi, la docente baigorriense que desde hace ya más de un año viene dirigiendo las visitas guiadas al cementerio.
Apuesta local
La apuesta es un desafío para la ciudad. El Redentor, y sobre todo el espacio reservado al cementerio Hebrero, habían sido siempre lugares de visita de los deudos y conocidos de los difuntos. Pero la historia que encierra el amplio predio llevó a las nuevas autoridades a revalorizarlo como parte del patrimonio.
Y las visitas, que eran sólo esporádicas y reservadas para contingentes especiales, se fueron abriendo. Primero fue una al «cementerio de los rufianes», o de las «prostitutas polacas», como se lo llamaba en su momento, después hubo una recorrida nocturna, con todo el halo que le da la caída del sol a un lugar tan sagrado. Y ahora, este diálogo entre el pasado y el presente, a través de la teatralización.
– Raquel, si necesitás algo, avisá, Y mirá, alrededor tuyo somos un montón de personas dispuestas a ayudarte – le dice Rossi a la recreada Liberman. Los que están alrededor no son más que los visitantes de una recorrida por la historia.
– ¿Y qué van a hacer? ¿Ustedes se creen que va a estar mejor en otro lugar que en la Mueblada? ¿Qué prefiere, Polonia, el hambre, la patota? – le responde Korn desde el pasado.
Mariana Rossi intenta hacer su papel desde el presente. Seguramente, a principios del siglo XX la discusión entre ambos no hubiese sido en los mismos términos. Es más, difícilmente una mujer se hubiese acercado a discutir con un proxeneta el destino de una prostituta. Pero son las cosas que pasan cuando el hoy discute con el ayer. Igualmente, aclara los términos de la ficción: “Situaciones como esta se vivían en los burdeles de Granadero Baigorria”.
“Este cementerio es enorme, lleno de recovecos, y ha crecido de la misma manera que lo hizo Granadero Baigorria. Así como la ciudad fue anexando un barrio y otro, en el cementerio ocurrió lo mismo, con esta parte que es más vieja, y con la de enfrente, porque los de enfrente tenían escrituras, pero nadie quería tener algo enfrente de un cementerio”, cuenta Rossi.
En efecto, el cementerio de Baigorria tiene características que lo distinguen de los otros. Además de ser muy grande, ha sido testigo de la epidemia de cólera que castigó a la región a fines del siglo XIX. Lo que era Pueblo Alberdi, anexado después como un barrio de Rosario, no tenía cementerio, de modo que la necrópolis baigorriense, inaugurada por Lisandro Paganini, era lugar de reposo final de muchos habitantes de la zona. Allí también se levanta el cementerio hebreo, donde descansan los restos de proxenetas y madamas de los burdeles que funcionaron en el lugar.
Personajes de la historia
La visita se inicia nada menos que con la aparición teatralizada de Giovani Orsetti, uno de los primero moradores y sepulturero del cementerio. Lleva camisa, chaleco y boina, usa barba y sostiene un palo con tela. “Soy inmigrante. Fui encomendado por nuestro benemérito (en relación a Lisandro Paganini) para darle sepultura a los muertos por la epidemia de cólera”, comienza la narración. “Cuando empezamos, todo este lugar era campo raso, no había nada. Improvisábamos las cruces con tablas, y los difuntos que venían a parar acá eran gente muy humilde, no tenía otro lugar. No había límites en el cementerio”, cuenta el actor Raúl Valentini metido en el personaje del morador histórico. Y dice: “Estoy esperando que vengan mis hijos con el cortejo, porque tengo que sepultar otros cuerpos”.
La mención de los hijos del sepulturero no pasa inadvertida. La guía de la visita dice que hoy sería impensable que los menores se hagan cargo de semejante tarea, pero en aquella época era mucho más común que los niños hicieran trabajos tan ingratos. Ocurre que también, a finales del siglo XIX, Argentina no sólo era próspera por sus posibilidades de trabajo, sino porque ya había una ley de educación que les permitía a los hijos de los inmigrantes acceder a la escuela y a aprender, como ellos no habían podido, a leer y escribir.
El revivido Orsetti sigue su camino y va limpiando placas en los distintos panteones. Ente ellos, el de Constantino Secco, fundador del primer almacén de ramos generales, al que bautizó con el nombre de su pueblo natal, Casale Monferrato. “Nos reuníamos en el bar La Grapa (de José Basso), éramos un grupo de vecinos que siempre se encontraba ahí”, cuenta, y los va nombrando con rapidez y familiaridad. Muy cerca reposa Constanzio Mattio, uno de los antiguos moradores que creó la primera herrería. “La zafra estaba encendida día y noche”, dice el sepulturero. En cada lugar emblemático hay velas encendidas.
Entre otros solares, el recreado Giovani pasa por el panteón de la familia Vivaldi, el más alto del cementerio, que tiene una arquitectura especial y hasta una llama votiva en su interior. Alguien pregunta si no hay estatuas de mármol en el lugar. Rossi responde: “No, este es un cementerio básicamente obrero, si bien hay panteones familiares de gente que fue importante para el pueblo, en general las tumbas son de personas que murieron víctimas de las epidemias en Rosario”.
Y ya casi al final de su participación. “Orsetti” se para en el panteón de la familia Sala. Cuenta: “Don Sala nos reúne a todos en los días de fiesta, hace sonar una campana para que se escuche en todo el pueblo, nos junta en su casa a los familiares, los trabajadores, los vecinos, y se arma una gran fiesta”. Desde el presente, Rossi le comenta a Orsetti algo que él, como ya está muerto, no sabe: que los terrenos de la familia Sala se convirtieron con los años en el predio tristemente conocido como La Calamita, centro clandestino de detención y extermino que funcionó en Granadero Baigorria durante la última dictadura cívico militar.
En rigor, el panteón de Sala debió ser declarado patrimonio histórico de la ciudad para que no se demoliera, porque ya no quedaban deudos que se hicieran cargo de la estructura.
Orsetti de despide porque su hijo Eduardo está llegando con el cortejo. Pero antes de irse, cuando le aclaran que ahora el pueblo es una ciudad llamada Granadero Baigorria, se lamenta: “Le quedaba bien Pueblo Paganini”. Aplausos.
Un raro concepto de rectitud
Raquel Liberman y su esposo nunca pisaron Pueblo Paganini. La historia llega extrapolada de Buenos Aires y se remonta a la década de 1920, cuando los burdeles eran verdaderas “minas de oro” para los proxenetas. De ahí el término “mina”, para referirse a las mujeres, sobre todo jóvenes. Pero la interpretación recreada en Granadero Baigorria busca mostrar la atmósfera del mundo prostibulario, que se vivió en esa ciudad cuando los burdeles, sobre todo los de la Zwi Mgdal, fueron corridos de Rosario y se instalaron en Paganini. Los explotadores sexuales también fueron apartados de la comunidad judía por “impuros”, y eso los llevó a crear sus propias sociedades y hasta a levantar su cementerio.
Raquel, que llegó de Polonia con un matrimonio arreglado y fue directamente a ejercer la prostitución, logró comprar su libertad y volvió a casarse, sin saber que su nuevo compañero era también un proxeneta que la devolvió al mundo de los burdeles. Hasta que logró denunciar la complicidad y la explotación sexual.
Algo de esto se ve en el recorrido. Llegados ya al cementerio hebreo, se vuelve a ver a José Salomón Korn buscando una tumba. Es la de León Ducker, un tratante que hasta hace pocos años tuvo una plaza con su nombre en Baigorria, y que en rigor no está enterrado en el lugar.
– León Ducker era un hombre recto en todo sentido, un hombre bueno, por suerte las señoras le consiguieron este lugar para que descanse en paz, ¿no le parece? – dice Korn.
– No, la verdad es que no me parece, no hizo ningún bien” – le responde desde el siglo XXI la docente y guía.
– León tenía un negocio fino, las chicas estaban anotadas, con salud, León no era un apache – le increpa el cafiolo.
La referencia es a una organización llamada Apache, de origen francés, que además del proxenetismo se dedicaba a muchas otras fechorías. El rufián trata de poner en contraste aquella organización con el negocio prostibulario puro, que era tan delictivo y tanto o más cruel que los otros.
Rossi recuerda que Ducker tenía grandes terrenos en lo que hoy es barrio San Fernando, y los vendió para que se instalaran en el lugar los prostíbulos a mediado de la dé cada de 1930, cuando eran desplazados de Rosario.
“Por ser putas”
De pronto, se escucha una voz joven y estridente, actoral. Es Lucía Peirone, interpretando a Raquel Liberman: “Nos obligaron a inscribirnos en un registro de prostitutas, lo que nos condenó a llevar la marca de putas para siempre”. La actriz toma un lápiz labial y se dibuja la letra “P” en la frente. “Y por putas teníamos muchas obligaciones y prohibiciones. Nos prohibían circular en grupos, acercarnos a las casas, ventanas o balcones, saludar o provocar a quienes pasaran. Teníamos que circular siempre con esta documentación”, dice, y le muestra a la gente el papel donde figuraba el nombre de la meretriz, la calle y la casa que las prostituía. “Ahí también estaban nuestros datos, nuestros nombres, que en realidad nunca coincidían con el nuestro, el verdadero. También por putas estábamos obligadas a continuos controles uterinos, con el fin de evitar la propagación de enfermedades venéreas”.
En una puesta en escena, la chica abre sus piernas y se enconje, en un acto de mirar sus propios genitales. “El doctor viene, se agacha, firma la libreta y se va. Poco le importa si lo que tiene en frente es una menor de edad, si hay otras enfermedades en nuestro cuerpo, o secuelas producto de abortos mal realizados, porque el aborto también es parte de nuestra realidad, pero al igual que nosotras, es clandestino”, dice.
El 30 de diciembre de 1929, Raquel Liberman fue a una seccional policial de Buenos Aires, donde fue atendida por el comisario Julio Alzogaray, quien le tomó la denuncia. A partir de allí, se inició una investigación que fue dando con los cafisos. Algunos miembros de la organización delictiva (pocos de ellos) fueron presos; otros lograron salir del país y reingresaron con los nombres cambiados. Se los acusaba de asociación ilícita, delito que era muy difícil de comprobar.
“Sí, señor juez, quiero denunciar, quiero que me devuelvan mi pasaporte y mi vida, o lo que quede de ella, Sí, señor juez, estoy segura. Nadie muere dos veces, y yo no estoy dispuesta a retirar mis cargos. Quiero denunciar a la asociación Zwi Migdal y a toda la red de proxenetas que opera en este país. Diez años de mi vida por 27 días de ellos, no fuimos lo suficientemente víctimas”, dice el personaje. La frase «nadie muere dos veces» es real, se lo dijo Liberman al comisario que inició una investigación finalmente opacada por la complicidad de la Policía Federal y hasta de la propia Justicia.
El esposo le tapa la boca con violencia y Lorena Maducci, escritora baigorriense, le da el cierre a la intervención con un texto propio: “¿Cuál es el límite entre tocar las teclas del piano con intensidad apasionada o golpearlas hasta romperlo? Después de un año, llegó carta de la polaquita a su lacerada aldea natal. Pero su madre ya había muerto, abismada en el dolor y la memoria de sus últimas palabras: “hasta pronto”, que fueron pronunciada en Idish. La Polaquita subió al barco con las valijas bien cargadas, tal vez sospechaba que las provisiones serían compartidas tan jerárquicamente como los camarotes. Luego de días, que fueron meses, la embarcación atracó en un puerto, su primera parada, a unos 300 kilómetros de su destino final. No sé su nombre, porque ni bien bajó del barco conoció el engaño, al ser despojada de sus documentos. El verdadero viaje había comenzado, una travesía no deseada hacia el ultraje, la humillación, la impiedad y sacrilegio. Hacia la prostitución. Fue quizá el piano arrabalero que cada vez sonaba más fuerte aquella noche en el hall del burdel, el que hizo que su muerte doliera apenas un poco menos”. Aplausos.
Así, Granadero Baigorria volvió a las visitas guiadas por el cementerio, esta vez con la apuesta que significa la recreación actuada de una época, con lo bueno, lo cotidiano, lo triste y lo feo. La próxima convocatoria es para el 21 de agosto, pero ya están los cupos completos prácticamente hasta fin de año. En la recorrida de la que participó La Capital este sábado, estaban también el secretario de Gobierno del municipio, Adrián Playa, y a encargada de Cultura y Deportes, Eliana Trivisonno. “Cuando se le llevó la propuesta al intendente Adrián Maglia, no lo dudó y dijo que le diéramos para adelante. Ahora vemos el resultado”, comentó Playa.
Como en otras ciudades del mundo, Baigorria muestra su necrópolis a los visitantes, y quiere que el Redentor se convierta, tal cual lo dijo Rossi, en un “Museo a cielo abierto”.
Por Marcelo Castaños – Diario La Capital