OSCAR HERRERA: PRIMERO ESCRITOR. DESPUÉS COMERCIANTE

General
Por César Negri-SILVIA MUJICA 012
Hace unos días, quitando el polvillo de un viejo escritorio me lo choqué. Dos años que descansaba en ese lugar, entre “The ombú tree” de Elise Dellemagne-Cookson –que no recuerdo como llegó ahí porque nunca lo leí- y “Juicio a los 70” de Julio Bárbaro, “un regalo clásico” de un amigo “con un saludo clásico”, tal su dedicatoria. De Ediciones Editres, impreso en julio de 2010, lo compré unos meses después; a decir verdad, sin la seguridad de abrirlo alguna vez, quizás solo para engrosar mi escueta biblioteca.
Había participado de su lanzamiento en la Biblioteca Sarmiento, donde “Nucho” González amenizó con su guitarra y varias compañeras del taller literario que lo tenía como integrante al autor -distinguido en numerosas oportunidades-, leyeron poesías, cuentos y poemas. Con prólogo de su hija Laura y corregido por Juan Carlos Escalante, la publicación resultó ser su primer trabajo.
Ya en casa, tarde, esperando solo que llegue el sueño, abrí al azar la página 59 encontrándome con “Un hombre de bien” donde en siete párrafos describía a un “veterinario simpático, bohemio, petiso”, su amigo Antonio Táccari. Seguramente el leer sobre un vecino invitó a que siga saltando de hojas, de derecha a izquierda. “Visita a isla negra” y “Un poema para Niní”, en homenaje a Pablo Neruda y a la multifacética Niní Marshall le siguieron. Buscando el nombre del libro, que había olvidado por mi frágil memoria, volví a la tapa: “Creo”. No entendí el motivo del título pero al abrirlo nuevamente, me atrapó la saga a su querida gente del Jardín de Infantes Nucleado, “El chancho Julián” y “Trencito de sueños”.
Poesías patrias y otras a sus nietos, micro ensayos y poemas le continuaron.  Con “Mis anteojos” dije: “después de los 40, como hay que hacer mucho esfuerzo para ver, uno elige en que detenerse y disfrutar». “El silencio” fue el último de ese viernes por la noche: “A veces puede calmar o anunciar una tormenta, otras herir asintiendo una sospecha. Como un juez del corazón logra salvar una verdad o condenar una traición. Hay silencios que aturden, como en el territorio fugaz de una injusticia”.
Tres o cuatro días después retomé la lectura para terminarlo. Cada hijo tenía su mención, también su esposa; seguramente por ser hincha de Boca leí dos veces “Bombones azul y oro”, dedicado a su fanático Pablo. En “Sentencias” escribió: “Duerme cuando tengas sueños, no lo hagas si tienes muchos” y en “Pasando el 60” se detuvo en su amigo Ángel, como igual lo hizo con otras amistades.
Para conocerlo un poco más alcanzó “Soy”. Allí se describe como un buen ciudadano, amante del tango, alguien que detesta la injusticia siendo padre de familia numerosa. “No me gusta el exceso, ni la balanza  que pesa los favores o la guachada”, reflexiona. En la página siguiente, el poema que más me cautivó: “Soy La Carreta, señores…”.
Con versos impecables, cada línea relata los primeros cincuenta años de esa institución. Una persona que nunca entró a ese templo de cultura rosense, con solo leerlo puede imaginarlo a la perfección. “Lleva el nombre y el amor / de doña Ascensión Carranza” cita al escenario mayor. “En mis años se escribieron / rimas, versos y payadas / aquí al Antenor Posadas / cantarle a la luna vieron” y “Cuando ensillo a mi memoria / como un recuerdo muy fiel / galopa Don Juan Vadell / fortaleciendo esta historia” forman parte de otros trazos de notable inspiración.
Esas 221 entregas de talento me demostraron que Oscar Herrera es primero un escritor rosense, y luego el comerciante dueño de las 14 vidrieras.
Nuestro pésame a la familia y amigos de una de las plumas más prestigiosas de la ciudad de Las Rosas y la Región. Integrantes del Ente de Cultura

Arriba